¿Cómo puede valorarse la riqueza de un hombre? ¿Con qué medida puede
establecerse la importancia de un ser humano que ya no está entre nosotros?
¿Qué debe hacer alguien para ser considerado de valor? ¿Son los legados
silenciosos tan importantes como los notorios?
Tristemente, tengo un año realizándome estas consideraciones, ya que un día
como hoy, hace un giro del planeta alrededor del sol, un ser pacífico,
hogareño y silencioso dejó de acompañarnos.
Lo perdimos luego de sufrir una lenta y silenciosa enfermedad que lo fue
borrando, despacio, pero indeteniblemente. Sin embargo, no es eso de lo que
deseo hablar. Él fue una persona
demasiado especial como para detenerse en los últimos momentos de su vida, ya
que nos dejó a todos los que descendemos de él (y a los que, aunque no llevan
su sangre, estuvieron en su círculo familiar) una abundante y rica vida de
enseñanzas, experiencias y momentos agradables.


Y precisamente esa fue su mayor riqueza, su familia. Nunca fue ambicioso en cuanto a lo material,
más bien trabajó siempre para llevar el alimento a su casa, pero nunca para
enriquecerse. De hecho, fue mi abuela quien lideró ese particular.

Yo que no conviví con él a diario, tengo grabadas vivencias en las visitas
que con frecuencia le hacíamos los fines de semana. Nos hacia reír, en otras ocasiones
nos hacía reflexionar, sin imponer y hasta casi sin querer. Mi padre, que es el mayor de sus hijos, fue
el primero en formar hogar y, por tanto, el que menos de sus hijos pasó tiempo
a su lado bajo el mismo techo. Sin embargo, están mis tíos quienes vivieron a
su lado por el resto de sus días. Obviamente no puedo competir en cantidad de experiencias
con ellos.

Quizá la gran pena que había en su corazón fue no volver a su pueblo natal,
Frigento, en Avellino. Jamás volvió a ver a sus padres y es un dolor que sé que
se llevó con él. Si hay algo que fielmente elaboró, mientras tuvo fuerzas para
hacer, fue sus famosos nacimientos decembrinos, de un considerable tamaño y
compleja construcción. Hermosos, por decir poco. Con el tiempo, entendí que lo que él hacía,
no era otra cosa que su pueblo. Jamás, que yo sepa, se lo dijo a alguien, pero
tanta similitud no puede ser coincidencia.

Entonces ¿cómo valorar a un ser humano? En lo que a mí respecta, no hace falta
conquistar imperios, escribir libros famosos o ser personaje público y notorio
para se considerado un gran hombre. Mi
abuelo dejó una amplia familia que, con defectos y virtudes lo lleva a trozos
dentro de sí.
Eclesiastés 12:13 dice “La conclusión del asunto, habiéndose oído todo, es:
Teme al Dios verdadero y guarda sus mandamientos. Porque este es todo el deber
del hombre”. Ignoro si él alguna vez lo leyó; lo que si sé es que lo cumplió a
cabalidad.