domingo, 19 de noviembre de 2017

Pasqualino








¿Cómo puede valorarse la riqueza de un hombre? ¿Con qué medida puede establecerse la importancia de un ser humano que ya no está entre nosotros? ¿Qué debe hacer alguien para ser considerado de valor? ¿Son los legados silenciosos tan importantes como los notorios?

Tristemente, tengo un año realizándome estas consideraciones, ya que un día como hoy, hace un giro del planeta alrededor del sol,  un ser pacífico, hogareño y silencioso dejó de acompañarnos.

Lo perdimos luego de sufrir una lenta y silenciosa enfermedad que lo fue borrando, despacio, pero indeteniblemente. Sin embargo, no es eso de lo que deseo hablar.  Él fue una persona demasiado especial como para detenerse en los últimos momentos de su vida, ya que nos dejó a todos los que descendemos de él (y a los que, aunque no llevan su sangre, estuvieron en su círculo familiar) una abundante y rica vida de enseñanzas, experiencias y momentos agradables. 

Estoy hablando de mi abuelo paterno, gracias al que llevo un apellido poco común en estas tierras y que llevo con orgullo.  Es una marca de por vida que, más allá de su particularidad, tiene implícito valores morales y familiares, los cuales modestamente trato de portar y más importante aún, los lleva ahora también mi hijo.  No lo niego, cuando escucho que lo llaman por su apellido, se me llena de orgullo el pecho.  Pero es lo que representa, no como se escriba o pronuncie.

Y ese hombre de apellido poco común, venido del sur de Italia hace más de 70 años, nos enseñó a todos lo que es el valor de la calma y del silencio.  ¿Quién lo diría? Se puede influir tanto o más con una mirada y una pausa que imponiendo la voluntad. Ese es uno de los muchos legados que nos dejó.  Aunque sin duda, el más importante es su ejemplo familiar: Un hombre que JAMÁS faltó a su hogar, ni a su familia.  Amoroso con los suyos, sumamente cortés con los demás. 

Y precisamente esa fue su mayor riqueza, su familia.  Nunca fue ambicioso en cuanto a lo material, más bien trabajó siempre para llevar el alimento a su casa, pero nunca para enriquecerse. De hecho, fue mi abuela quien lideró ese particular. 

Él sabía escuchar y sabía cuándo debía hablar. Y aunque mi padre me cuenta que él de niño poco lo escuchaba, yo en mis años mozos si que lo escuché y llegué a estar particularmente encariñado con sus palabras, su humor inteligente y su manera de ser.  Y creo que todos sus nietos por igual quedamos enganchados con él. 

Yo que no conviví con él a diario, tengo grabadas vivencias en las visitas que con frecuencia le hacíamos los fines de semana. Nos hacia reír, en otras ocasiones nos hacía reflexionar, sin imponer y hasta casi sin querer.  Mi padre, que es el mayor de sus hijos, fue el primero en formar hogar y, por tanto, el que menos de sus hijos pasó tiempo a su lado bajo el mismo techo. Sin embargo, están mis tíos quienes vivieron a su lado por el resto de sus días. Obviamente no puedo competir en cantidad de experiencias con ellos.  

Fue por ejemplo y no por imposición que aprendí a querer sus costumbres y valores. Fue por él que nació mi amor por el fútbol, por la buena comida, por la buena música.  Fue gracias a él que aprendí a querer una cultura lejana en distancia, como si estuviera allí. 

Quizá la gran pena que había en su corazón fue no volver a su pueblo natal, Frigento, en Avellino. Jamás volvió a ver a sus padres y es un dolor que sé que se llevó con él. Si hay algo que fielmente elaboró, mientras tuvo fuerzas para hacer, fue sus famosos nacimientos decembrinos, de un considerable tamaño y compleja construcción. Hermosos, por decir poco.  Con el tiempo, entendí que lo que él hacía, no era otra cosa que su pueblo. Jamás, que yo sepa, se lo dijo a alguien, pero tanta similitud no puede ser coincidencia.

Mi abuelo tiene un año de haber fallecido, pero los recuerdos que nos dejó a todos permanecen intactos. Si, tengo videos y fotos donde puedo verle y es un placer.  Pero honestamente no los necesito, porque tengo intactas imágenes y sonidos en mi memora.  El está vivo en los corazones de los que le amamos.  Mi gran pesar es no haber logrado que mi hijo compartiera más con él.  Es mi culpa y no puedo devolver el tiempo para enmendarlo.  Es algo con lo que tendré que vivir.

Entonces ¿cómo valorar a un ser humano? En lo que a mí respecta, no hace falta conquistar imperios, escribir libros famosos o ser personaje público y notorio para se considerado un gran hombre.  Mi abuelo dejó una amplia familia que, con defectos y virtudes lo lleva a trozos dentro de sí.

Eclesiastés 12:13 dice “La conclusión del asunto, habiéndose oído todo, es: Teme al Dios verdadero y guarda sus mandamientos. Porque este es todo el deber del hombre”. Ignoro si él alguna vez lo leyó; lo que si sé es que lo cumplió a cabalidad.




domingo, 17 de septiembre de 2017

Adiós, Cultura Metro



Cuando era niño, recuerdo haber visto el día que Luis Herrera Campins, (presidente de Venezuela de 1978 a 1983) inauguró el sistema Metro de Caracas. Eran unas pocas estaciones, pero suponía todo un hito en modernidad y calidad de vida para los capitalinos. Fue Proyecto que  había sido planificado por décadas y debía haber sido concluido muchos años antes. Pero en fin, ahí estaba.

Posteriormente, el sistema instituyó la campaña llamada la "Cultura Metro", la cual apelaba a la conciencia de los usuarios para un comportamiento ejemplar dentro de sus instalaciones. Aquello era digno de admirar. El caraqueño, no muy destacado a la disciplina y al cumplimiento de deberes, se comportaba a la altura de lo que el transporte subterráneo le ofrecía. Era como estar en otro país, uno con un nivel de vida de los mejores del mundo. Siempre me pregunté por qué no podría ser así en todos lados.


Pero no solo me mantuve sin respuesta, también vi como poco a poco, con el paso de los años y el crecimiento del sistema, ese paraíso bajo tierra se fue convirtiendo en un reino de anarquía y malestar.



Esto tiene múltiples factores, no solo es el crecimiento de la población (que de por si complica las cosas), hablamos de un cóctel de variables que se suman  y potencian en una especie de espiral maligno, que te hace víctima y victimario al mismo tiempo.

La buhonería, la mendicidad, ingerir alimentos y bebidas, obstaculizar el paso o cierre de puertas, deteriorar o ensuciar las instalaciones, son solo algunas de las cosas que están en manos de los usuarios del Metro y que deliberadamente deciden ignorar. Vergonzoso por demás. Todo esto antes la mirada indiferente de las autoridades, que bien no pueden o no quieren hacer algo al respecto. 





Por otro lado, los constantes fallos y retrasos; causados por falta de mantenimiento en los equipos, causado a su vez por falta de inversiones, consecuencia de una política equivocada de colocar los boletos de entrada a un precio incluso inferior al que tiene la emisión del boleto de banda magnética (Irónicamente, le saldría al estado más barato abrir las puertas y no cobrar la entrada), siendo subsidiado al 100% en una época donde dinero no hay.






El Daño a las instalaciones y Equipos es visible en todos lados



Tampoco los trabajadores del sistema colaboran.  Mal pagados y desanimados, se hacen parte del problema (sus honrosas excepciones habrá).

Todas estas desgracias juntas bailan al son de un sistema politizado, donde primero son los intereses partidistas, luego vienen los intereses propios de su razón laboral. La verdad sea dicha. Y repito, sé y he visto trabajadores ejemplares, pero son una reducida minoría.


Aquí, mientras escribo, una chiripa camina a mi lado, producto de la cantidad de desechos que se acumulan en los vagones. Cierto, no hay mantenimiento, pero esos desechos no deberían estar ahí, porque el tren no es cesto de basura móvil, como muchos parecen creer.  Son esos cerdos qué arrojan basura y comen a sus anchas, los primeros en quejarse de que no hay servicio de aseo ni insecticidas para eliminar las plagas.  El muchacho llorón y la mamá que lo pellizca...
Constantes robos, peleas entre pasajeros, mmalos tratos y falta de consideración son algunas de las guindas de este pastelito.






Viajar en un tren por 2 horas, sin aire acondicionado, aplastado entre semejantes (que con suerte han tomado medidas para contrarrestar los olores personales), con múltiples interrupciones por fallos día tras día, no es una tarea nada fácil. Es un trabajo en si mismo. Y así comienza el día de muchos, el mío incluido.  Ya en el retorno a casa, no quedan muchas energías ni ganas de repetir la experiencia.






Últimamente se han dado a la tarea de robar cables y equipos de las instalaciones. La situación económica del país ha hecho que la delincuencia esté en todos lados. Los precios del cobre hacen de los cables un suculento premio para los amigos de lo ajeno.  Encontrarse con instalaciones sin vigilancia es como encontrarse un tesoro fácil de tomar.



El gobierno se jacta de tener un sistema que se encuentra operativo, casi gratis. Tan barato como la gasolina. ¿Barato? No es así. A mi me robaron un telefono, como a muchas personas. Es mucho menos lo que habría pagado si hubiera viajado en trenes con vigilancia en las estaciones. Han habido robos en vagones con gente en posesión de armas largas y no hay quien detenga esta situación. No hay autoridad interesada o capaz de revertir semejante desgracia. Y yo soy afortunado, comparado con muchos que han tenido peor suerte.



Así que, Cultura Metro, quiénes te conocimos y admiramos, esperamos que algún día vuelvas, porque eres más necesaria que nunca. Y hasta aquí lo dejo, debo hacer transferencia, porque este tren no llegará a su destino final.