Cuando era niño, recuerdo haber visto el día que Luis Herrera Campins, (presidente de Venezuela de 1978 a 1983) inauguró el sistema Metro de Caracas. Eran unas pocas estaciones, pero suponía todo un hito en modernidad y calidad de vida para los capitalinos. Fue Proyecto que había sido planificado por décadas y debía haber sido concluido muchos años antes. Pero en fin, ahí estaba.
Posteriormente, el sistema instituyó la campaña llamada la "Cultura Metro", la cual apelaba a la conciencia de los usuarios para un comportamiento ejemplar dentro de sus instalaciones. Aquello era digno de admirar. El caraqueño, no muy destacado a la disciplina y al cumplimiento de deberes, se comportaba a la altura de lo que el transporte subterráneo le ofrecía. Era como estar en otro país, uno con un nivel de vida de los mejores del mundo. Siempre me pregunté por qué no podría ser así en todos lados.
Pero no solo me mantuve sin respuesta, también vi como poco a poco, con el paso de los años y el crecimiento del sistema, ese paraíso bajo tierra se fue convirtiendo en un reino de anarquía y malestar.

La buhonería, la mendicidad, ingerir alimentos y bebidas, obstaculizar el paso o cierre de puertas, deteriorar o ensuciar las instalaciones, son solo algunas de las cosas que están en manos de los usuarios del Metro y que deliberadamente deciden ignorar. Vergonzoso por demás. Todo esto antes la mirada indiferente de las autoridades, que bien no pueden o no quieren hacer algo al respecto.

Todas estas desgracias juntas bailan al son de un sistema politizado, donde primero son los intereses partidistas, luego vienen los intereses propios de su razón laboral. La verdad sea dicha. Y repito, sé y he visto trabajadores ejemplares, pero son una reducida minoría.

Constantes robos, peleas entre pasajeros, mmalos tratos y falta de consideración son algunas de las guindas de este pastelito.
Viajar en un tren por 2 horas, sin aire acondicionado, aplastado entre semejantes (que con suerte han tomado medidas para contrarrestar los olores personales), con múltiples interrupciones por fallos día tras día, no es una tarea nada fácil. Es un trabajo en si mismo. Y así comienza el día de muchos, el mío incluido. Ya en el retorno a casa, no quedan muchas energías ni ganas de repetir la experiencia.
Últimamente se han dado a la tarea de robar cables y equipos de las instalaciones. La situación económica del país ha hecho que la delincuencia esté en todos lados. Los precios del cobre hacen de los cables un suculento premio para los amigos de lo ajeno. Encontrarse con instalaciones sin vigilancia es como encontrarse un tesoro fácil de tomar.
El gobierno se jacta de tener un sistema que se encuentra operativo, casi gratis. Tan barato como la gasolina. ¿Barato? No es así. A mi me robaron un telefono, como a muchas personas. Es mucho menos lo que habría pagado si hubiera viajado en trenes con vigilancia en las estaciones. Han habido robos en vagones con gente en posesión de armas largas y no hay quien detenga esta situación. No hay autoridad interesada o capaz de revertir semejante desgracia. Y yo soy afortunado, comparado con muchos que han tenido peor suerte.
Así que, Cultura Metro, quiénes te conocimos y admiramos, esperamos que algún día vuelvas, porque eres más necesaria que nunca. Y hasta aquí lo dejo, debo hacer transferencia, porque este tren no llegará a su destino final.