El domingo pasado, estuve viendo el juego Lazio - Mílan, correspondiente a la jornada 29º del fútbol italiano. Por veinte minutos pude disfrutar de algo que por muchos años anhelaba pero no se había dado (y llegué a pensar que no se daría).
A partir del minuto 70, mi amado hijo (de 5 años) se instaló a mi lado a ver el juego conmigo. Prestó mucho interés y me hizo cualquier cantidad de preguntas. Fue un momento increíble para mi.
Tiempo atrás, muchas veces le pedí y le fastidié hasta el cansancio para que lo hiciera y él se negaba. En cambio, en esta ocasión lo hizo por su cuenta y con interés.
Lo sé, es una tontería, pero fue mágico compartir con mi niño algo tan esencial para mi. Esto difícilmente lo olvidaré y espero que se repita muchas veces.
Que decir, el juego fue un bodrio. Un insípido 1 a 1, donde el Mílan no termina de levantar cabeza para ser un equipo digno de su propia historia. Y mientras el planeta veía al mismo tiempo el Madrid - Barcelona, yo estaba disfrutando de lo lindo con mi muchacho. Jamás cambiaría eso por nada más.
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