Todos crecemos con sueños, pero con los años, puede que la vida no resulte como la imaginamos. Con el tiempo, queda poco más que la resignación: Atrapados en un trabajo que no gusta, sin cabello y con kilos de más, solo por mencionar algunas cosas comunes. Pero aquello que anhelamos, nunca muere del todo.
En algún lado, escondido en lo más profundo de nuestro ser, o por el contrario, a flor de piel, se encuentra ese niño que se inventó una idea, un sueño, un ideal. Dejarlo salir, dejarlo ser (permanentemente o de cuando en cuando), es seguir viviendo. Resignarse y dejar de anhelar, es traicionarse uno mismo, y el primer paso para abandonar este mundo.
En algún lado, escondido en lo más profundo de nuestro ser, o por el contrario, a flor de piel, se encuentra ese niño que se inventó una idea, un sueño, un ideal. Dejarlo salir, dejarlo ser (permanentemente o de cuando en cuando), es seguir viviendo. Resignarse y dejar de anhelar, es traicionarse uno mismo, y el primer paso para abandonar este mundo.
Recordar quienes éramos y comparar con quienes somos hoy, es un muy buen ejercicio que nos permitirá observar en qué hemos cambiado, si las diferencias nos han hecho mejores o peores, o bien, si los cambios nos han llevado a la felicidad o a la frustración.
En todo caso, mientras haya vida (y ganas de vivirla), se pueden hacer los cambios que hagan falta, de tal modo que se pueda retomar aquello que un día se planeó, o bien para rectificar en aquello que ha salido mal. Después de todo, se trata de nuestra existencia.
En todo caso, mientras haya vida (y ganas de vivirla), se pueden hacer los cambios que hagan falta, de tal modo que se pueda retomar aquello que un día se planeó, o bien para rectificar en aquello que ha salido mal. Después de todo, se trata de nuestra existencia.
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